SIN MASCARA - Artículo publicado en la revista DELIRIO







SIN MÁSCARA


Y en este mundo decadente, donde el peor pecado es la falta de actitud, la falta de carácter, gente quejica y pusilánime de existencia gris y vacía se deja llevar por los demás sin pensamiento propio. Es difícil vivir en este establo si no eres como ellos, si tienes las ideas claras, si no tienes miedo a decir lo que piensas y si no te importa en absoluto quedar bien con los demás. No encajas, eres diferente, eres radical.


Pero un enfermo no puede ser así. Tienes que ser sumiso, dejarte adoctrinar y seguir el camino marcado detrás de tu máscara sin pensar. Tienes SQM, una enfermedad aún no reconocida, agonizas para sobrevivir. No hagas mucho ruido y sigue a los demás. No pienses, no actúes. Eres un enfermo, compórtate como tal. Tienes que ser dócil y pedir disculpas para que no te echen del rebaño en el que incomprensiblemente todos se matan por pertenecer.


Y en el espectro de la estupidez que nos rodea, los siete pecados capitales son más vigentes que nunca, justo en el momento en que en teoría no nos falta de nada. La decadencia de la supuesta sociedad del bienestar.


Con los sentidos anestesiados, el sexo se reduce a otra frustración en una vida vacía donde arrastrarse día tras día sin pararse a pensar. El éxtasis máximo, la libertad, la felicidad absoluta ridiculizada y convertida en un pasatiempo más, a veces ni disfrutado, vacío de contenido, fingido.


La frustración convertida en un apetito insaciable. Comer hasta reventar. La ansiedad que causa la incapacidad de reacción enterrada bajo una montaña de pienso para humanos. El placer pervertido de una sociedad sobrealimentada.


El vacío nos invade y el odio desmedido dirige su rabia contra todo lo que no nos conviene bajo pretextos absurdos e infantiles. La intolerancia convertida en violencia contra los que no son como nosotros, quizás porque que piensen nos da miedo.


Sin ser conscientes de nuestra vida, pasan los días mientras miramos nuestros bolsillos para saber si somos mejores. Rivalizamos con los demás en una ridícula competición para demostrar nuestro éxito. La felicidad de puertas a fuera. El vacío de puertas a dentro.


La vida en un paréntesis de miedo y comodidad esperando que todo cambie algún día sin esfuerzo alguno, abducidos por un sistema que nos quiere así: sin pensar.


Arrastrados por la pereza, odiamos a los que son mejores que nosotros. Nos recuerdan nuestra propia bajeza de la que no queremos salir sin esfuerzo. Malgastamos nuestra vida deseando su caída, mientras criticamos sus logros y, sin saberlo, deseamos que sean tan mediocres como nosotros.


Una belleza barata y de plástico que nos envenena nos hace sentir bien durante un instante en el que creemos ser mejor que los demás. Belleza tóxica donde nos da igual el precio a pagar, en un mundo donde la salud cotiza a la baja. El orgullo desmedido, la prepotencia al límite causada por la ignorancia. ¿Quién quiere ser sano si puede parecer guapo sin dejar de ser estúpido? ¿Quién no quiere parecer más que los demás?


¿Alguien se atreve a vivir sin máscara?



Artículo publicado en español, inglés, alemáne e italiano



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